miércoles, 12 de junio de 2013

FARRAGUA: El rock callejero vuelve a casa.




El rock transgresivo nació hace unos treinta y cinco años y pegó el estirón hace unos veintipocos, por la necesidad de la calle y, especialmente, de los marginados por el sistema, de expresar su realidad de alcohol, droga, insatisfacción y rabia. Y cumplió su trabajo a la perfección porque consiguió que los marginados, los incomprendidos y también el resto (al fin y al cabo, todos tenemos nuestros ratos de insatisfacción y mala leche) se identificaran con una forma diferente de contar las cosas.
Ese lenguaje nuevo, de versos directos y guitarras corrosivas, ha sido, desde entonces, adoptado como oficial por varias generaciones, a pesar de que, por aquel entonces, sus mejores representantes (con todos los respetos) no sabían casi tocar y no había productores que supieran cómo cojones grabar eso.
Ahora, desgraciadamente, tenemos motivos para mantener los mismos deseos de escuchar (y berrear) una realidad de rabia, frustración, alcohol y drogas pero, afortunadamente, también tenemos a un grupo de versos directos y guitarras punzantes que sabe tocar y que ya sabe cómo hay que grabar esto para que suene como todos llevamos tanto tiempo esperando, especialmente ahora que el rock es un estado de desánimo: con rabia, con sentimiento y con pelotas.
Por eso, en estos tiempos de sucedáneos, Farragua nos trae la esencia del rock transgresivo que se perdió en los 90 y que hace más falta que nunca. Pero ojo, sin intentar repetirlo, que ese fenómeno solo puede pasar una vez en la vida y hay que dejar de buscar imitadores. Farragua ha sabido recuperar su espíritu, sí, pero matizándolo con muchas horas de escucha atenta de todo lo que caía en sus orejas. Y eso se nota, con perdón, en que suenan de puta madre: rock potente, sin complejos, con espinas y algún que otro esputo, con letras que te parecerá que llevas toda la vida cantando o, más bien, viviendo.
Con las ganas de unos recién llegados y la experiencia de los que llevan toda la vida en esto, nos cuentan lo de siempre con la calidad con la que no lo hemos oído nunca. Lo que estábamos esperando escuchar (y berrear) porque es nuestra historia.

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