lunes, 12 de diciembre de 2011

¿Qué es indie? ¿Y tú me lo preguntas? Gafapastas eres tú


Recientemente parece que el mundo de la música se ha dividido en dos tipos: los que son indies y los que no. Pero yo cavo.
Y antes de que se nos vaya de las manos deberíamos replantear un punto de vista que, quizá especialmente, comienza a ser absurdo en muchos sentidos pero, desde luego, como cualquier etiqueta que se precie, es indudablemente parcial, arbitrario y con excesiva tendencia a generalizar. Para empezar, el término parece paradójico en su propia concepción: ¿si Bisbal saca un disco con una discográfica “independiente” pasaría a ser indie? ¿Si a un directivo en tripi de EMI le da por cometer el error de contratar a Sr Chinarro y consigue sacar disco antes de que le echen, dejaría de serlo?
Creo (y quizá es suponer demasiado) que ya no tenemos cuatro años así que vamos a empezar por obviar este punto… pero bueno, para zanjar ese tema tiro de hemeroteca y de argumento de autoridad: en su columna semanal de El País Diego Antonio Manrique (qué bien nos viene este hombre, joder) desvelaba lo siguiente:

Un sitio de Internet llamado ReverbNation consulta a 2.000 artistas independientes: con la que cae, ¿estarían dispuestos a fichar por una multinacional? Sabemos que, desde finales del siglo pasado, las grandes disqueras sufren el vilipendio universal: que son incapaces de atender las exigencias del consumidor, que desperdician sus recursos en lujos, que desprecian la música, que hacen acrobacias con su contabilidad, que exigen una tajada brutal de los ingresos extradiscográficos.
Con todo, un 75% de los encuestados por ReverbNation dijo que sí. Aceptarían la mordida de las majors, se plegarían a manipulaciones del proceso creativo, firmarían un contrato tan leonino como cualquier hipoteca bancaria. En el otro platillo, simplemente brillaba una incierta promesa de llegar a la Primera División. (…) Según ReverbNation, hubo diferencias en el grado de aquiescencia. Solo un 63% de los practicantes del rock alternativo se prestarían al hipotético pacto faustiano, tan contrario a la ética indie (¿no murió Kurt Cobain por el pecado de pactar con Geffen Records?). Más prácticos, un 81% de los artistas del hip-hop saltarían a la piscina de los tiburones. Tiene su lógica: los raperos estadounidenses carecen de hipocresía respecto al éxito y sus frutos, no disfrutan de un gran circuito para actuar, pelean por los sponsors y sueñan líneas de productos con su nombre. Deben entrar en un mecanismo mediático que requiere grandes inversiones. Sus grabaciones son más caras y sus carreras menos longevas.
Entiendo los motivos. El artista novel del tiempo presente se enfrenta a la incertidumbre del cambio de modelo de negocio, pero, de forma inmediata, a una insoportable carga de trabajo. Necesita ocuparse del registro, difusión y ¿venta? de sus canciones. Las tareas se acumulan: gestionar su presencia en las diferentes redes sociales, fabricar y vender su merchandising, buscar los ansiados conciertos y, en algún momento, ensayar y componer. En contra de lo que se cuenta, los directos de artistas desconocidos generan pérdidas. Solo los grupos con una sólida caja de resistencia y una voluntad acerada superan ese calvario e intentan acceder al siguiente escalón.
Queremos creer que todo se simplifica cuando nos cobijamos bajo las alas de una disquera potente. Cierto, aunque aquí también entramos en el territorio del pensamiento mágico: estamos hechizados por demasiadas ficciones -entrevistas deshuesadas, novelas baratas, películas con moraleja, biografías tramposas- donde el salto del local de ensayo al gran escenario es un vertiginoso flash forward sin huecos para detallar renuncios, humillaciones, chanchullos.
De todos modos, también urge relativizar la supuesta omnipotencia de las multis. Algunas hoy son la sombra de lo que fueron. Despidieron a los empleados más astutos, se han quedado con plantillas esqueléticas, parecen funcionar en piloto automático. Una vez más, resuena la advertencia de Los Cardíacos: "Las discográficas no dan la felicidad". Pero, respondo, saben de placebos.



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