miércoles, 12 de octubre de 2011

Zimmerman. Dylan. Sinde.

Esta es la historia que más he contado en los últimos dos años y también la que menos me han creído en toda mi vida. Tanto que yo mismo empiezo a dudar de su veracidad, pero sigo contándola:
Una vez conocí a Bob Dylan. Igual debería decir que conocí a Robert Zimmerman porque iba vestido de paisano, hasta el punto de que nadie le reconocía (porque, para Bob Dylan, curiosamente, vestir de paisano es ir de incógnito). Y mira que estábamos en el bar de enfrente de su concierto en Mérida y, entre los parroquianos de estampa de bar-de-moe-castizo, se habían colado ya algunos freaks que discutían a voces y con amagos de violencia sobre si John Wesley Harding había sido un disco malo con intención o sin intención e, incluso, sobre si John Wesley Harding valía la pena. Pero el caso es que nadie le reconocía y Bob (o, mejor dicho, Robert) estaba acodado en la barra, sentado con un vaso de vino tinto que apenas había paladeado, aparentemente absorto pero sonriendo de vez en cuando ante frases sueltas de la conversación de los freaks. (El problema es que como estas se entrelazaban no puedo estar seguro acerca de qué comentarios eran los que a Dylan, perdón, Zimmerman, le resultaban más estúpidos y, por tanto, si para él John Wesley Harding había sido un disco malo con intención de ser malo o un accidente más de su accidentada discografía). El caso es que allí estaba, y yo le vi y me senté a su lado. Y hablé con él.




         Ahora viene la parte que jamás me han creído en mi vida. Lo cual, siendo como soy un redomado mentiroso desde que dicen que debo tener uso de razón, no deja de ser sorprendente. Pero sigo contándolo. Sigo cantando en la noche la canción que tú no quieres que escuche, como decía la canción del acústico pirata de Un Hombre Exquisito.
Les prometo que es verdad. Y que entonces llevara 3 días sin dormir no es excusa: les juro que en ese tiempo sólo me había metido un gramo de cocaína y medio de eme. Bueno, y había fumado algunos porros y bebido algo, sí, pero apenas media botella de whisky, porque no paraba de vomitar sangre y total hubiera sido un desperdicio.
No me distraigan, por favor. El caso es que allí estaba Bob, y yo me senté a su lado.
No hablamos mucho. Primero, porque Bob, el pobre, ya ha dicho todo lo que tenía que decir en esta vida. Y, segundo, porque Robert y yo somos de pocas palabras… Además a mí normalmente me cuesta esto de ser freak, en parte por pura timidez… (Y en parte porque al principio estaba más interesado en conseguir una copa y era difícil llamar la atención del camarero, que se había enfrascado en la disputa de los freaks hasta el punto de acabar diciendo que la libertad de expresión tenía un límite y que, como alguien volviera a decir que un disco que contiene canciones como "The Ballad of Frankie Lee and Judas Priest" no es una joya, se largaba de su bar en ese mismo momento...)
En fin, me estoy enrollando y les juro que sólo llevo un gramo encima… Supongo que en parte es porque no tengo mucho argumento. Y es que yo en esa época no era nada fanático de Dylan, porque todavía no había visto la mejor película de la historia (a pesar de ser un auténtico coñazo): I´m not there, y no me había dado cuenta de lo chulo que puede ser tener una biblia actualizada, con parábolas y versículos para cada momento (para cada momento, claro, si se hace igual que hacen los fanáticos de la Biblia, que la lógica se la traen de casa; pero bueno, que si te pones si que te encaja una canción para cada momento, lo prometo). Así que tuvo que ser él quien me dirigiera la palabra y me preguntara qué opinaba de la discusión de los freaks. Yo, citándole (porque para entonces sí que me había leído “Crónicas”, que uno no era fanático pero sí tiene su cultura) le dije que me gustaría prenderles fuego. Pero él pasó, o no captó la referencia. O no era Dylan, como se empeña en decirme todo el mundo desde hace dos años. (Pero les juro que sí era Zimmerman. Y ahora sólo llevo un gramo y medio encima). Y bueno, simplemente me preguntó que qué opinaba yo del disco. Y le confesé que no tenía una opinión formada… Pero lo que simplemente no entendía (lo que desde luego NO PODÍA ENTENDER) era por qué había hecho el cambio de letra de la maqueta a la versión de estudio de "If you see her, say hello" y, sobre todo, y me daba igual que esa canción fuera de Blood on the tracks, que no me cambiara de tema, lo que no PODÍA LLEGAR SIQUIERA A ASIMILAR era por qué ahora había vuelto a cantar esa versión en directo.
Y ahí sí se sorprendió. Se giró 90 grados (aproximadamente: soy de letras) en el taburete y me miró de hito en hito. Y me dijo que no la cambiaba. Yo le insistí en que sí (estaba seguro, tanto como ahora lo estoy de que era Dylan y casi tanto como ahora lo estoy de que era Zimmerman). Y le recordé que ahora cantaba “If she´s passing back this way, and I hope she don´t/ tell her she can look me up, I´ll be here or I won´t”. Y él dijo que claro. Que lo mismo que había cantado siempre. Le dije que no, y que la letra de antes estaba mil veces mejor. Me pidió que se la recordara. Pero claro, yo para entonces llevaba dos gramos y cuarto de cocaína y casi uno de eme encima… Y no podía acordarme. Entonces Bob, o quizá Zimmerman, sacó un pedazo móvil de su bolsillo (algo que en ese momento me pareció psicodélico y que ahora, pensándolo, me parece más que lógico) y me dijo que iba a asegurarse y que, si tenía razón, hoy, por mí, cantaría la letra original. Yo me alegré mucho y le abracé y le besé y le dije que si quería eme se lo pasaba barato pero que me lo comprara, por Dios, o me iba a morir en mitad de su concierto.
Pero él estaba concentrado manipulando unas teclas y solo al cabo de un momento me miró con pena y dijo: “no está en Spotify”. Y yo, que notaba como los calores propios del eme me subían hasta el último rincón de mi abotargado cerebro, como arañándome la cara por dentro le grité: Ya lo sé, cabronazo, ni esa ni ninguna. Me miró un momento con pena y luego dijo: ah, sí… Y pareció desanimado. Sin embargo, entonces me acordé de que la llevaba en el móvil y le abracé y le besé y le dije que el eme se lo regalaba pero que por dios me quitara eso de encima o esto iba a acabar fatal. Pero él me hizo notar que no tenía cascos. Y me pidió que si se la podía pasar y yo le tuve que confesar que eso no era del todo legal… Y él asintió gravemente y se despidió de mí con un abrazo lento, de hombre que ya ha visto todo pero todavía tiene, incomprensiblemente, alguna capacidad para conmoverse, y me dijo que se iba no fuera que el concierto empezara sin él. Y porque le apetecía escuchar alguna canción del Albertucho. Y yo tuve que pagar su vino y luego fui al concierto pero, aparte de que Albertucho estuvo de puta madre, no me acuerdo de qué cantó Dylan o Zimmerman porque para entonces ya iba yo guapo, con perdón.
Y esto es todo lo que tenemos que decir sobre la ley Sinde.


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