Señor Chinarro se postula como “el
salmón indie” y, justo después de publicar el disco doble “Menos samba!”, saca
a la luz en su Bandcamp las
maquetuchas de 17 canciones inéditas, con la intención de buscar músicos que le ayuden a
grabarlas de forma profesional. Y quizás sea casualidad, pero también ahora ha vuelto a marcar territorio, poniendo sus
huevas en la mesa de Internet: Aquí puedes acceder al Soundcloud de Calamaro. En él, encontrarás (por ahora) unas 70 canciones inéditas (repartidas entre
versiones, composiciones propias, directos…). Y subiendo. Por ello, nos
permitimos rescatar el texto “las canciones son tatuajes” que escribimos cuando
nos enteramos de que Andrés volvía a pasarse de la raya, aspirando al máximo
posible, dispuesto a jugarse el tipo, la garganta, el prestigio y la nariz:
LAS CANCIONES SON TATUAJES
La honestidad no es una virtud, es una obligación
(Andrés Calamaro. Honestidad Brutal)
Hace mucho tiempo comenzamos una
canción (a día de hoy inacabada) cuya primera estrofa decía:
Si
Keith Richards levantara la cabeza…
si Calamaro perdiera veinte kilos…
Si
por venderme al menos te comprara…
o
tuviera para ponerte un piso.
Lógicamente, como pueden
observar, la canción era un simplista Ubi sunt? sobre un tópico del
rock tan cansino como cualquiera de los más manidos propios de las estrellas
(destrozar hoteles, follar grupis en cadena, morir de sobredosis…): en este
caso el del hooligan que se permite despreciar a un artista que, rechazando
un pasado indiependiente, auténtico (ay dios) opta por venderse,
convirtiéndose en patética caricatura de lo que un día representó y, por tanto,
acaba no sólo traicionándose a sí mismo sino también, recórcholis, lo que es
peor, fallando al público que un día confió en él. Y al que, claro, tanto debe.
En fin, cosas de niños…
No se llamen a engaño: con esto
no quiero decir que hayamos madurado y, por tanto, hayamos rechazado una
canción tan simplista: seguimos siendo unos putos niñatos y la canción sigue en
un cajón simplemente porque abandonamos casi todo lo que hacemos (como habéis
podido escuchar, otra canción acaba –por tanto, mintiendo- “Yo que nunca acabé
nada/ casi acabo contigo/ yo que nunca acabé nada/ he acabado tu canción”).
Esto viene a cuento porque el
pobre Andrés Calamaro, tras una etapa en la que era la viva imagen de la
felicidad (no sólo porque, si la felicidad se representa con una curva, él
llegó a estar a punto de ponerse en órbita) ha sacudido a la siempre sedienta
prensa argentina del corazón-rock (sí, parece ser que la hay) con recientes
escándalos que recuerdan tiempos pasados: Andrés mete la pata con la mujer que
le aguantaba, daba estabilidad y cuyo nombre se había tatuado para dar
testimonio al mundo de su amor; ella le deja, Andrés se empieza a drogar como
una bestia y graba canciones en las que toca todos los instrumentos y canta con
voz desagradable mensajes que son descarados llantos en público, puro
exhibicionismo gore de corazón abierto , desesperadas y patéticas súplicas de
perdón. (Verbigracia: primera canción mandada a los medios: una versión de
“Vivir sin tu amor” de Spinetta)
Y sí, somos tan críos que nos
creímos todo aquel número en su primera versión. Un poco con el oficialmente
consagrado por la crítica Honestidad Brutal (cuyo libreto se cerraba
con un arrebatado epílogo explicativo de sólo dos palabras -“Por Mónica”-) y,
sobre todo, con uno de, en nuestra opinión mejores discos de la historia de la
música pop española (aunque de esto hablaremos en otro momento): el
inconmensurable El Salmón, de tanta incontinencia creadora como farlopera.
Y somos tan críos que, pese a
todo, vamos a seguir el remake intentando olvidar la desconfianza que Calamaro
se había ganado a pulso con el irregular El Cantante, con el mediocre El
regreso, con el simplemente bueno On the rock y con el infame El Palacio
de las flores.
Porque creemos que Andrés es esa
maricona llorona que, cuando quiere, suena más sincero que nadie y es capaz de
humedecer a estas mariconas lloronas que le admiramos. Y si no escúchese ese
desgarrado “por favor, ¿no ven cómo me estoy hundiendo…?” en “Un
Barco un poco”, ese implorante “más hoy que estoy tan sólo y tan cansado
de llorar, quiero saber si tú querrías regresar…” en la desesperada “Así”…
O, sobre todo, esos vulgares intentos de preserva la dignidad en “Tu pavada” (“por
favor, no pares nunca: mi único orgullo es saber que sos tan puta…”) y,
especialmente, en quizás la mejor canción que nunca ha escrito, No son horas:“no
te olvides que soy grande porque tengo multitudes que me esperan afuera…”
Sin embargo, mi verso preferido
de Andrés siempre ha sido uno que para mí condensa esa bipolaridad que avanza a
tumbos entre el orgullo y el ridículo (para acabar de dejarlo claro canta a dúo
con Maradona) y que reza así: “Hoy me puse mi mejor traje/aunque no había
ninguna fiesta:/ la verdad, todavía te quiero/ no me importa lo que te
parezca…”
Y es que el pobre Calamaro,
gordo, escuálido, brillante o estúpido, con la voz que Ariel Rot definió como
“la del millón de dólares” o con el horrible desafine propio de los últimos
tiempos, es, siempre incontinente, excesivo, e inocentemente sincero. En
definitiva, ese varón tierno (como le gusta insistir, quizás por un
autocomplejo) y sentimental, que no tiene que arrepentirse de que compartan la
misma piel el corazón tachado de Mónica con el símbolo de AC/JC (por Julieta
Cardinali, su último error) sino que, como ya dijo Joni Mitchell, las canciones
son los verdaderos tatuajes y, por tanto, la nueva producción a corazón abierto
la única cirugía láser que puede borrar los últimos tropiezos es ese genio que,
queremos pensar, no estaba muerto, estaba zampando bollos. Leré.
Muy bueno el artículo, pero he escuchado las canciones nuevas (o más bien "nuevas", porque hay mucha versión, directo y restos de la época de composición brutal) y compararlo con EL SALMÓN o HONESTIDAD BRUTAL me parece un crimen... Aquí se salva poco o nada.
ResponderEliminarA Sr. Chinarro no le aguanto y me da igual. Pero no va el link.
Semi-arreglado. ¡Muchas gracias por avisar!
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