sábado, 15 de octubre de 2011

¿Quién es el público y dónde se le encuentra?

“¿Quién es el público y dónde se le encuentra?” se preguntaba en un artículo Mariano José de Larra poco antes de descerrajarse un tiro en el pecho. “¿Quién es el público y cómo consigues que te deje en paz?” se preguntaba, supongo, Kurt Cobain poco antes de pegarse un tiro en la boca. ¿Quién es mi público y cómo consigo que sepan que soy lo que están buscando? Se preguntan, imagino, millones de chavales y no tan chavales cada día en locales de ensayo, salas de conciertos, bares, discotecas, oficinas, aulas, parques y colas del paro. Sí, el público: porque todos, punks, jevis, cantautores, raperos, incluso gafapastas, quienquiera que tomemos como supuesto ejemplo de máxima integridad con la, digamos, “ética de la independencia y la vinculación con mi entorno” en oposición al pragmatismo, a la comercialidad, al producto de merchandising, al éxito fácil o la fama a cualquier precio quiere, perdón, necesita vender o, al menos, ser reconocido, ser escuchado para poder seguir siendo.
A menudo parecemos olvidarlo: reivindicamos artistas malditos, incomprendidos, y ensalzamos obras ignoradas o incluso despreciadas en su momento. Y es que, claro, el bueno siempre es el que se ha muerto, ya sea Nick Drake, John Lennon, Jaco Pastorious, Migue Benítez, Janis Joplin o Miguel Bocamuerta. Olvidamos en cambio que lo más importante es la canción (¡estúpido!), y que ninguna obra merece ser juzgada en base a la muerte que antecede o provoca (si no es por las ganas que pueda dar de tirarse de un puente) y que, por ejemplo, cuatro tiros no bastan para olvidar la mediocridad general imperante en los discos en solitario de Lennon, ni una soga para convertir en cool la discografía de Bocamuerta, ya que lo que es, desgraciadamente y de forma irremediable, es demasiado escasa.



De hecho, muchos de esos artistas malditos, de haber sentido ese aprecio que, desgraciadamente, a veces sólo aparece tras su desaparición, habrían tenido energías para hacer, seguro, más discos y, probablemente estos habrían sido aún mejores. (sólo probablemente porque la magia de un disco es algo tan etéreo que, de acuerdo, pongámonos románticos, sí puede estar condicionado por el sentimiento de incomprensión.)
Lo siento, seguramente estoy “Hablando como el estúpido con gran experiencia que preferiría ser un charlatán infantil castrado”, que escribió mi querido Cobain antes de esparcir lo poco que le quedaba de seso contra la pared a su espalda (“no, I don´t have a gun”, cantaba el mi pobre, ¿no digan que no tiene gracia? ).


A lo que vamos pues, no me distraigan que se me va el porro al cielo y, como escribió Kurt antes de poner el punto final: esta nota debería ser muy fácil de entender…
Ya hablamos en otra ocasión (creo, si no, hablaremos, al fin de cuentas el tiempo es relativo) de la admiración que sentimos hacia Lichis: nuestro primer disco queremos que se llame “Nota de suicidio comercial” como pequeño homenaje…
Pero, dicho esto, tenemos que decir que Lichis se equivocó gravemente y con eso sentenció a La Cabra Mecánica al aceptar (no, aún peor, ofrecerse a) hacer una canción para el cupón de la ONCE que se convirtió en un éxito a la vez que fagocitaba al propio grupo, convertido ya para muchos en una parodia de sí mismo… Y que hizo que se les tomara por un grupito más de rumba canallita y de consumo fácil, olvidando la profundidad de sus letras su eclecticismo y su buen gusto. ¿Significa esto que el público acertó marginando a partir de entonces a La Cabra? No, en absoluto. El castigo fue desproporcioando, excesivo e injusto. No solo porque antes había demostrado su autenticidad y su calidad, sino porque volvió a hacerlo después y hubo de soportar el sambenito colgado.
Y es que ya decía Larra que es irremediable la existencia de un prototipo de artista “empeñado en escribir para el público, y sin saber quién es el público”. Esto a veces puede conducir a errores históricos, de los que, con perdón, no puedo dejar de reseñar dos que seguramente no resulten ni mucho menos históricos, pero que para mí son paradigmáticos: Despistaos y Pereza. Pero mejor seguimos otro día.
Por ahora, les dejamos con la canción que da título al discazo que el público, ese “ininsultable hijo de puta”, decidió ignorar.
P.D. Yo que iba para Mariano José de Larra.. y acabé en Mariñas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario