jueves, 5 de septiembre de 2013

FARRAGUA EN DIRECTO: AHORA SÍ QUE ESTAMOS BIEN


“¡Viva la crisis!” atronó Jaime y la Plaza Mayor de Plasencia cayó entregada antes incluso de que empezara el concierto. Y, claro, si lo siguiente en sonar son los acordes de “Mala leche”, qué les voy a contar: alguno botando en las primeras filas, varios cantando los versos que habían tenido tiempo de aprenderse gracias a su Facebook y su Bandcamp y el resto escuchando y pensando: pues no tocan mal estos tíos.
No, no tocan nada mal. Muchos ya habíamos tenido tiempo de comprobarlo en esas grabaciones que Farragua llevan tiempo rulando en maqueta y que, de hecho, suenan mejor que un buen número de discos que andan por ahí vendiéndose (o intentándolo) a precio de oro. Pero, como todos sabemos, la verdadera prueba para un grupo es el directo y Farragua demostraron que ese examen también lo aprueban. Con nota: le echaron actitud, tablas y pelotas para pasar por encima de los problemas de sonido y el desconocimiento de parte del público para acabar sonando perfectos y parecer unos colegas de toda la vida.
Y es que lo he dicho ya pero lo repetiré siempre: si Farragua tienen algo especial es, en gran parte, porque hablan de lo que siente en las tripas la mayoría y lo hacen con palabras que todo el mundo entiende y tiene ganas de cantar: se notó en “Donde está el cielo”, uno de los "jitazos" del grupo, que fue la segunda canción y que ya empezó a ser coreada desde el estribillo. Justo antes de “Amapola”, de nuevo Jaime volvió a ganarse a la plaza con el grito de guerra de esta banda: “Esto no es un grupo: ¡es una venganza!” y, de ahí al final, “Siete días sin comer” (con la colaboración del compinche Borja, de Cuarto Creciente) y “Farragua”, otro himno para dejarse la garganta con el mítico Josefo taladrando la batería. Hay grupo, señores.

 Desgraciadamente, eso fue todo: no supo a poco, ni muchísimo menos, pero desde luego que hay ganas de más. Que no tarde en repetirse. Y “viva la crisis”, hostias.

miércoles, 12 de junio de 2013

FARRAGUA: El rock callejero vuelve a casa.




El rock transgresivo nació hace unos treinta y cinco años y pegó el estirón hace unos veintipocos, por la necesidad de la calle y, especialmente, de los marginados por el sistema, de expresar su realidad de alcohol, droga, insatisfacción y rabia. Y cumplió su trabajo a la perfección porque consiguió que los marginados, los incomprendidos y también el resto (al fin y al cabo, todos tenemos nuestros ratos de insatisfacción y mala leche) se identificaran con una forma diferente de contar las cosas.
Ese lenguaje nuevo, de versos directos y guitarras corrosivas, ha sido, desde entonces, adoptado como oficial por varias generaciones, a pesar de que, por aquel entonces, sus mejores representantes (con todos los respetos) no sabían casi tocar y no había productores que supieran cómo cojones grabar eso.
Ahora, desgraciadamente, tenemos motivos para mantener los mismos deseos de escuchar (y berrear) una realidad de rabia, frustración, alcohol y drogas pero, afortunadamente, también tenemos a un grupo de versos directos y guitarras punzantes que sabe tocar y que ya sabe cómo hay que grabar esto para que suene como todos llevamos tanto tiempo esperando, especialmente ahora que el rock es un estado de desánimo: con rabia, con sentimiento y con pelotas.
Por eso, en estos tiempos de sucedáneos, Farragua nos trae la esencia del rock transgresivo que se perdió en los 90 y que hace más falta que nunca. Pero ojo, sin intentar repetirlo, que ese fenómeno solo puede pasar una vez en la vida y hay que dejar de buscar imitadores. Farragua ha sabido recuperar su espíritu, sí, pero matizándolo con muchas horas de escucha atenta de todo lo que caía en sus orejas. Y eso se nota, con perdón, en que suenan de puta madre: rock potente, sin complejos, con espinas y algún que otro esputo, con letras que te parecerá que llevas toda la vida cantando o, más bien, viviendo.
Con las ganas de unos recién llegados y la experiencia de los que llevan toda la vida en esto, nos cuentan lo de siempre con la calidad con la que no lo hemos oído nunca. Lo que estábamos esperando escuchar (y berrear) porque es nuestra historia.

miércoles, 5 de junio de 2013

"Pero yo ya no soy yo/ ni mi casa es mi casa"

Hace 115 años nació García Lorca.
Escribió mucho y muy bien y, después, le mataron los fascistas.
Más tarde, nosotros hicimos esto con sus versos.
(Pobre Federico).




               

miércoles, 27 de febrero de 2013

La "Delantera mítica" de Quique González



El último disco de Quique González es, en primera escucha, una puta maravilla. Mejor incluso que el monumental Avería y redención y el mimado (y mimoso) Salitre. Casi a la altura de, para mí, su obra cumbre, el primero (y primitivo), Personal, su disco más rockero y, lo siento, con mejores canciones. O casi.
Porque, como digo, este Delantera mítica parece que no le va la zaga: se abre con el single, “Tenía que decírtelo”, que había cumplido de sobra la labor de avanzadilla haciendo, incluso, que pasáramos por alto la portada y el título. Toda una carta de presentación que luego hemos visto que contiene varios de los ingredientes que el disco va aliñando en diferentes bocados. Casi todos, jugosos.


Por ejemplo, ese arranque con tempo blues, el estribillo pop delicado (y delicioso) cantado en falso falsete y, sobre todo, una de las mejores guitarras eléctricas grabadas para un disco en castellano que, como en el “Moonage Daydream” de Bowie se va dejando ver levemente en un par de momentos sutiles para, cerca del final, explotar en un solo magnífico que, justo antes de terminar, vuelve al reposo. No escuchaba una guitarra tan buena desde, al menos “Nos invaden los rusos”. Pero volvamos al presente. Volvamos a “La Fábrica”, una canción tan Ryan Adams que no desentonaría en Gold. Aparte de guiños futbolísticos (los chicos que se han quedado inflando Zodiacs deben ser los canteranos del Madrid que, como el mismo Quique, se quedaron por el camino) contiene versos rotundos (¿Cómo te sientes?/ ¿te quieres matar?/¿cuánto necesitas?) y, gracias a otro estribillo arrastrado y una guitarra luminosa, lo que un imbécil llamaría “pegada”. Pero yo no soy tan imbécil.
                La tercera canción, “Dallas-Memphis”, suena casi como una delicada ranchera interpretada por un Calamaro con buen gusto (si tal cosa es posible)

“se fue dejando un rastro de confeti/ la luz del garaje encendida”

                “¿Dónde está el dinero?” es el tema más rockero del disco, por tempo y electricidad pero, ojo, también por temática: “Huelen el miedo de la calle/ saben qué hacer con un poco de humo” (…). A medio camino del himno generacional y la canción protesta, describe la situación actual (“Toman medidas policiales:/muerta la ley, la justicia es un lujo”.) con una rabia punk que parecía perdida desde, qué casualidad, su primer disco, insisto, sí, el mejor que había grabado hasta ahora (y no pienso discutirlo si no es a puñetazos).  “Los chicos siguen en el parque/ aprendiendo a nadar bajo el aguacero” es la consigna repetida en la coda final sobre una guitarra, de nuevo, espasmódica en la que, personalmente, echo en falta unos coros multitudinarios y ebrios pero, en fin, a ratos por desgracia y en general por suerte, yo no soy el productor del disco.

"Parece mentira" vuelve al gusto por los medios tiempos arrastrados, mezclando sabiduría de barra de bar (“las 7 y media: los últimos románticos/ acaban acostándose con cualquiera”) con máximas de alcance general, sobre todo en el estribillo, entre simplista e incontestable: ““la primera vez que lo ves/ parece mentira./ La segunda vez, dan ganas de correr…/La verdad es más difícil de entender”. De nuevo, encontramos un trabajo de la guitarra solista más que notable, dando empaque y lustre a una canción con visos de ser el segundo single. ¿Apostamos?

“Las chicas son magníficas”, aparte de una verdad como un templo, es posiblemente la joya del disco. Delicada, deliciosa y de las que se van a convertir en un clásico en directo.


“Me lo agradecerás” incide en el tempo lento. Y es que la cara B de este “Delantera mítica” va a ser más intimista. Y, posiblemente, algo más floja. Al menos, en primeras escuchas. Al menos, este “Me lo agradecerás” que, en mi opinión, hace bajar algo la media. Por lo demás, muy alta.
Por suerte, a continuación viene “Viejos capos”, de nuevo una canción cercana al rock, ralentizado en estudio y con un estribillo de pop beatloso que hubiera firmado el Fito Páez de los años gloriosos. Que, aunque no lo parezca, los hubo. Además, un lirismo, de nuevo, más que acertado:“Tengo la furia y tengo la culpa/ el hambre con las ganas de comer (…) mejor no hacer demasiadas preguntas/ si tienes algo que perder”.
“No encuentro a Samuel”, por su parte, es la canción más metaquiquiana del disco. Plagada de guiños y autoreferencias que, seguro, sabrán reconocer los viejos fans y sorprenderá a alguno de los nuevos. De todas formas, el estribillo, a medio camino de Jose Alfredo y Ry Cooder, no entiende de mensajes crípticos merced a una melodía universal. 
 El resto del disco me ha parecido más flojo. Pero prefiero haceros creer que no lo he escuchado ni analizado con detalle antes que criticarlo.  Eso sí, he de ponerme a los pies de Quique por unas cuantas canciones espectaculares, varios versos enmarcables y por haberme recordado que vuelva a Personal y a Street Legal de González y Dylan, respectivamente. Dos grandes.



miércoles, 21 de noviembre de 2012

La Voz (Telecinco)





Todo aquel al que le guste la música, debería ver “La Voz”, el nuevo reality de Telecinco. Allí, encontrarán el mejor catálogo de los diferentes artistas de éxito de este país: tenemos al chico de voz limpia, que solo sabe hacer gorgoritos y que intenta desesperadamente caer bien a todo el mundo (elimina a concursantes diciendo que “se arrepiente 100%” y cambiando de tema cuando le ofrecen echarse atrás). El típico artista de “El Hormiguero”, para entendernos. (Por cierto, ¿se han fijado en que antes nos parecía grave que los músicos tuvieran que hacer promoción a cambio de reír unas cuantas gracias y hacer el imbécil y ya, desde hace años, ni siquiera se les da la más mínima oportunidad de cantar, explicar qué, cómo y dónde han grabado o, sencillamente, qué pretenden expresar? En fin…)
Sigamos: tenemos también a la hija de familia de artistas que decidió cambiar el purismo de un arte puro y milenario por una adaptación light y accesible a todo tipo de públicos poco exigentes (por así decirlo, que cambio el quejío y el arte por el tarareo del ayay y el runrún).
Tenemos a la chica de voz verdaderamente buena que en lugar de encaminarse hacia los caminos artísticos que podría encontrar por capacidad en el blues, en el soul, en el flamenco… decidió hacer un batiburrillo inofensivo de todo eso producido para sonar en discotecas, sin importarle que eso supusiera cargarse cualquier rasgo de carácter en una voz que, sí, la tenía. O que podría tenerla. Pero, sobre todo, tenemos al artista supuestamente auténtico que en un momento dado tuvo la opción de decidir entre la honestidad para con su público o el estrellato fácil a costa de pasar por el aro y no lo anduvo dudando un solo segundo. No sería el más lamentable de los cuatro de no ser porque pretende hablar desde un púlpito que aún cree instalado en la autenticidad y que no repara que le han instalado, decorado y sonorizado con los medios de La Industria de los politonos y las galas de Nochebuena… (“Yo, que soy rockero”…)
Por supuesto, los cuatro se han prestado a un juego completamente guionizado por el programa, en el que cada cual debe desarollar su rol (el bueno, el “punki” de pastel, la amable y la “madre”) y se humillan ante límites insospechados por que cada concursante les elija. Estoy hay que reconocer que lo hacen bien: a fin de cuentas, llevan años haciéndolo.
Todo aquel al que le guste la música, repito, debería ver “La Voz” y comenzar a preguntarse en qué momento comenzó a joderse la industria musical en España para haber llegado a un punto en que estemos así.

Por cierto, “La Voz” era el apodo de Frank Sinatra, un tipo que supo encarnar durante muchísimo tiempo que era posible hacer música descaradamente comercial, pero que entrañara un producto de calidad (con atención a las letras, las melodías, los arreglos, la producción y con un perenne respeto hacia el público, masificado o no). Ariel Rot le dedicó un disco y una canción por eso. Se llamaban, claro, “Lo siento, Frank”. Y solo que por entonces aún no tuviéramos “La Voz” le salvó de tener que pedirle perdón de rodillas.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Todos deberíamos trabajar alguna vez (incluso Loquillo)





El último single de Loquillo va acompañado
por un videoclip con ínfulas proletarias
que parece llamar a la unión de la clase obrera
bajo el inofensivo grito de guerra de “contento”.

Y pienso que, hombre, que, bueno,
que vale que Loquillo provenga de familia
humilde y roja, y que claro que no es millonario…
Pero no deja de ser un tío que no ha trabajado en su vida
-por trabajar me refiero a madrugar, a hacer fuerza,
joderte los riñones y criar callos en las manos;
contar el sueldo en billetes arrugados y ver que falta
y decírselo al jefe y estar a punto de liaros a hostias
y tragarte el orgullo y la rabia y fundirte la mitad del fajo
sudado en el bar más próximo en garrafón barato…
A eso me refiero por “trabajar”,
así que, obviamente, no es un reproche a Loquillo, el pobre,
que trabajar no dignifica, trabajar es un castigo divino,
Trabajar no te hace mejor persona, ni más listo
ni es bueno para la salud ni recomendable;
y dichoso él que se ha currado no tener que trabajar en su vida,
pero no digan que no deja de quedar un poco raro el vídeo…

Y como el single no da para mucho
(más allá de la parte de
“borra, si es que puedes, mi sonrisa de la cara”)
me da por pensar que Loquillo es solo un ejemplo
y que todos, y me incluyo, todos
deberíamos trabajar alguna vez
en un trabajo físicamente agotador
recogiendo fruta, limpiando escaleras,
poniendo y quitando mesas, gracias, señor,
por la mierda de propina
que me ha dejado bajo el ticket,
robando cobre, haciendo zapatillas
en nuestra más tierna infancia,
picando piedra, achicando agua,
dejándonos los ojos cosiendo
sabiendo que no nos vamos
a hacer mejores, ni más listos,
ni más ricos, ni siquiera más solidarios,

Pero que debemos hacerlo
porque solo así entenderemos
de una vez que las cosas cuestan,

Y, para que quede claro que lo digo en serio,
busco en mi Mac nuevo la tecla de “Guardar como”
y lo dejo en el escritorio.

No vaya a ser que se me olvide.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Hay muchas maneras de matar



Hay muchas maneras de matar.
Pueden meterte un cuchillo en el vientre.
Quitarte el pan.
No curarte de una enfermedad.
Meterte en una mala vivienda.

Empujarte hasta el suicidio.
Torturarte hasta la muerte por medio del trabajo.
Llevarte a la guerra, etc…
Sólo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestro Estado.

(B.Brecht)

martes, 6 de noviembre de 2012

NOTA SIN PRENSA DE "ALEGRÍA" EL NUEVO DISCO DE ALBERTUCHO





Muchos artistas, entre ellos alguno de los considerados fundamentales en la historia del pop, no han llegado a grabar cinco discos: bien por distintas polémicas personales o artísticas, bien por agotamiento de la inspiración, ausencia de apoyo discográfico, debilitamiento físico o mental o, sencillamente, por considerar que ya habían dicho todo lo que tenían que decir. Y es que, un disco, con ganas, suerte y trabajo, lo puede llegar a grabar casi cualquiera con un mínimo de talento, pero decidir editar cinco bajo el mismo nombre indica, sin duda, que se mantiene una voluntad de decir las cosas de una forma determinada en la que, si bien caben cambios de registro, producción o sonido, prevalece eso tan etéreo y ambiguo pero, a la vez, tan básico, como es la esencia.

Y es que, una vez que se ha dejado claro con los cuatro trabajos anteriores que se tienen cosas que decir, que se sabe cómo decirlas y que, aunque unos trabajos se enfoquen más hacia un determinado género o estilo, se conserva la actitud del primer día, el quinto disco puede ser un momento tan bueno como cualquier otro para explorar nuevas posibilidades y jugársela. Por ejemplo, el quinto disco de Dylan fue Bringing It All Back Home, y mucha gente, dicen, se escandalizó por la presencia de instrumentos eléctricos. El quinto álbum de The Who fue Who´s Next, y cuentan que también hubo quien se quejó por el uso abundante de sintetizadores. Con el tiempo, todo el mundo ha tenido que admitir que ambos discos trajeron nuevas formas de acercarse al rock y, sobre todo, canciones que venían para quedarse con nosotros mucho tiempo.

Ahora, el disco que nos ocupa es el quinto publicado bajo el nombre de Albertucho: Alegría. Y, de entrada, quizás alguno se sorprenda con la presencia de banjos, ukeleles, dobros y pedal steels en el trabajo de un chaval que tras su debut de 2003, fue etiquetado como la última esperanza blanca del rock urbano español. Sin embargo, si se hace memoria, se recordará que si algo ha caracterizado su carrera estos casi diez años ha sido la firme intención de hacer en cada momento lo que le daba la gana sin pararse a pensar qué es lo que se esperaba que hiciese. Quizás porque esa y no otra es la esencia de Albertucho.

La mejor forma de asegurarse seguir haciendo en cada momento lo que le da la gana era producir él mismo el disco y sacarlo (además de con Maldito Records) con Bliss Records, el sello independiente de sus mánager de toda la vida (A. Vallekas) que, después de haber producido discos de Mamá Ladilla, Canallas u Orujo de Brujas, parecía estar esperando la ocasión propicia para resucitar. Posiblemente gracias a esta confianza y a esta camaradería, Alegría suena tan auténtico: como si unos rockeros con miles de batallas a sus espaldas hubieran decidido irse al campo un tiempo y escribir, cantar y tocar con esa experiencia pero sin tomárselo, ni mucho menos, como unas vacaciones. Ese es el caso de Alberto Romero, compositor, productor y arreglista de todos los temas, claro. Y, por supuesto, de José Luis Garrido, ganador de dos premios Goya y en cuyos estudios Musitron se creó el clima propicio para la primera parte de la grabación. Pero también de Pablo Salinas, el socio ideal para el golpe perfecto, que apareció a mitad de grabación y se implicó en el proyecto continuando, a partir de entonces, la producción en sus estudios y mezclando la obra. Un trabajo que sorprenderá por la confluencia de estilos e influencias (folk, country, rock sureño; Mumford & Sons, Avett Brothers, New Grass Revival) y, sobre todo, por la capacidad con la que Albertucho ha sabido llevar todos estos elementos a su terreno, valerse de ellos para expresarse con su propia voz y, en definitiva, hacerlos suyos.

Resumiendo, Albertucho en este disco confirma que sigue teniendo cosas que decir, que sabe cómo contarlas y cómo cantarlas y que no ha perdido en absoluto la inspiración. Que, ahora más que nunca, parece escribir y cantar con la seguridad del que sabe quién es, de dónde viene y, sobre todo, todo lo lejos que puede llegar. Pero, sobre todo, que trae muchas canciones que, sin duda, han venido para quedarse.
A fin de cuentas, Alegría viene a ser el relato de esa pequeña epopeya diaria de la supervivencia. O, en palabras de El Capitán Cobarde, “eso tan antiguo de caerse y levantar”.

                                                                                                Víctor Martín Iglesias
Víctor Peña Dacosta
Un Hombre Exquisito